La frase corresponde a Sabino Vaca Narvaja, el embajador argentino en China y el principal enlace político y comercial. Esta definición está compuesta por dos caras bien distintas de la misma moneda. La primera, es la presión del gigante asiático por pisar cada vez más fuerte en el país. La segunda, la preocupación de Estados Unidos y la Unión Europea por el sostenido avance chino en distintas esferas estratégicas.

A esta altura, la presencia china en la Argentina ya no es ninguna sorpresa. Desde 2020 desplazó cómodamente a Estados Unidos como el segundo mayor socio comercial y comparte intermitentemente el primer lugar con Brasil. Pero detrás de esta influencia económica se esconde un fuerte trasfondo político por la propia estrategia que se digita desde Beijing para la región y es complementaria a la conocida nueva Ruta de la Seda.

El momento en que ocurre el comentario del embajador Vaca Narvaja tampoco es casual. Ya en abril, ante la escasez de reservas del Banco Central (BCRA), el Gobierno nacional activó parte de los 18.500 millones de dólares del swap que negoció con China para poder pagar importaciones del gigante asiático en esa moneda y, así, ahorrar dólares.

Más allá de ser una herramienta financiera para la Argentina, a China le permite ilusionarse con encontrar una vía comercial más directa que no incluya a los dólares, lograr más independencia con el uso de la moneda durante el intercambio y abrir nuevas ventanas de negocios para las empresas que se vean seducidas por este mecanismo.

Además, el Ministerio de Economía está ultimando los detalles para el viaje de Sergio Massa a Shanghái para participar el 30 y 31 de mayo de la octava reunión anual del banco de los BRICS, el pool de las economías emergentes más poderosas del mundo. En China, Massa se concentrará en destrabar la ayuda prometida por Lula da Silva en Brasil y conseguir apoyo económico de la entidad bancaria que une a los 5 socios plenos (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

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